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La zombificación de los partidos políticos

PRINCETON – Uno de los últimos actos de Ronna McDaniel como presidenta del Comité Nacional Republicano fue pedir a sus colegas que avalaran a las dos personas elegidas a dedo por Donald Trump para reemplazarla. Tras una ovación, McDaniel anunció que ni siquiera se molestaría en preguntar si había algún voto negativo. Fue un momento elocuente: procedimientos pensados para garantizar el funcionamiento democrático intrapartidario, reemplazados por una mera aclamación.

Trump no es el único líder populista de ultraderecha que consiguió someter un partido político a sus dictados. El secuestro de la maquinaria de un partido es un elemento recurrente entre populistas y aspirantes a autócratas, y la historia muestra que sus consecuencias para un sistema político democrático pueden ser nefastas. Al fin y al cabo, convertir un partido en autocracia es el primer paso obvio en el proceso de hacer lo mismo con el país.

Es verdad que la defensa de la democracia y del pluralismo dentro de los partidos políticos puede sonar a idealismo. Es común que debates interminables, agotadores y pedantes terminen con la «victoria» del segundón más elocuente del partido (o tal vez, de quien no tenga niños que cuidar al día siguiente). Además, la democracia interna (por ejemplo, las elecciones primarias en los Estados Unidos) puede ser estructuralmente favorable a los puristas ideológicos que prefieren a candidatos extremistas, o permitir el ascenso de personas para las que la política es una especie de pasatiempo y que dan más importancia al proceso que a los resultados.

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